domingo, 6 de junio de 2010

VICTORIA LICERAS ENTREVISTADA EN LAS PROVINCIAS




«SI TUVIERAMOS UNA MÁQUINA DEL TIEMPO, NO ENCONTRARIAMOS EN NINGUNA ÉPOCA HISTÓRICA A UNA MUJER QUE VISTIERA COMO LO HACEN LAS FALLERAS MAYORES»
Victoria Liceras. Experta en la historia de la indumentaria valenciana

Es Victoria Liceras la valenciana que, con toda probabilidad, más sabe de indumentaria valenciana. De cómo vestían los valencianos en épocas pasadas y de cómo recuperar aquellas vestimentas. Y claro, surge hablar de los trajes de falleras y falleros, que aparentemente son los tradicionales valencianos, pero que, según Liceras, sólo lo son a medias. O menos que a medias, porque mezclan épocas, adornos, estructuras y telas. Resultado: una combinación que no pertenece a ninguna época concreta.
-El traje que viste la fallera mayor, ¿cuándo lo ha vestido una valenciana? -Nunca.
-Vaya, qué sorpresa.
-Si tuviéramos una máquina del tiempo no encontraríamos en ninguna época histórica a una mujer que fuera vestida como la fallera mayor.
-¿A quién intenta imitar?
-Pues mire: la tela es lujosa del XVIII o del XIX. El peinado es del XIX, porque el peinado de los tres moños aparece con los románticos; hasta entonces iban con un solo moño. Pero la gente actual ve de poca categoría ir con un moño.
-¿Hay que decir traje de fallera o de valenciana?
-Decir de fallera no lo veo nada peyorativo; vestirse de fallera es vestirse de una forma para las fallas. Desgraciadamente no equivale a ninguna época. El trabajo a hacer dentro de la indumentaria valenciana es precisamente coordinar las piezas para que cuando se vea a una persona todo lo que viste corresponda a una época, sea cual fuere esa época. O que no haya contradicciones.
-¿Cuáles?
-Pasan cosas muy curiosas. Vemos a una chica vestida para las fallas con un traje de seda maravilloso llena de perlas, y paradójicamente lleva como acompañante a un labrador con un zaragüell. Y es que no vale todo: no vale ponerse polisones y lazos y cositas. La gente era mucho más práctica y hay modelos sin necesidad de buscar complicaciones como esos cuellos, esas puntillas, esos lazos, esos florones. Da mucha rabia ver a valencianas supuestamente vistiendo de valenciana, con una combinación de ropas que no está en ninguno de los anales.
-¿Cuál es la solución?
-Yo establecería dos tipos de trajes: uno, oficial, y otro, antiguo, el real.
-Pero el oficial permite el antiguo.
-No he visto nunca encima del escenario a ninguna fallera mayor con un moño solo.
-¿Cómo debería ser el traje?
-Los trajes del XVIII están pegados al cuerpo, con lo cual la manga de farol desaparece. El cuerpo tiene que ser absolutamente aplanado, pero esto no triunfa porque no se nota el pecho y lo que se quiere es lucir el tipo. Bueno, pues el pecho se le salía por arriba y por eso llevaban pudorosamente los pañuelos. Todo tiene su sentido. En el momento en el que tú cambies un elemento de ese puzzle se va todo al garete.
-¿Y la longitud de la falda? -En el XVIII se veía el pie: no tiene sentido que las señoras vayan barriendo la calle. Lo mismo que ponerse esas faldas tan artificiosas y superexageradas de anchas, que cuando andan parecen campanas. El vuelo no se conseguía con la crinolina, sino con la superposición de piezas, y era un vuelo natural, no esas camillas que llevan ahora.
-¿Llevan ahora miriñaque las falleras? -¡Sí! Llevan unos artefactos debajo.
-¿Y qué más da, aparte de la incomodidad?
-Para vestirse bien siempre hay que actuar con lógica. Lo que no puede ser es que se pongan para ir a trabajar un traje con oro y con plata. Ni se pongan para ir al campo una falda con aros metálicos debajo. No tiene sentido. Sobran lazos e historias.
-¿Traje inventado?
-Por eso digo que diferenciaría dos tipos de traje: el oficial y el histórico. El oficial: que le pongan todo el oro, toda la plata, todos los escudos de la falla; tres o veintitrés moños, lazos, cintas, lo que quieran.
-¿Y el histórico? -Es el traje que, si tuviéramos una máquina del tiempo, permitiría que una chica que lo lleva se pudiera mezclar con gente de la época. Una chica del XVIII debería llevar un moño con una peineta -no tiene sentido llevar tres-, un cuerpo muy ajustado, una falda con un vuelo natural. Cuerpo estrecho y falda airosa. Enseñando el pie, por supuesto. La ropa era talar, llegaba hasta el talón, hasta el XVIII, que es la primera vez que la mujer enseña los pies, curiosamente cuando a la falda le llaman guardapiés.
-Entonces cobran importancia los zapatos.
-El adorno de los zapatos, que zapatos siempre se han llevado.
-¿Por qué acude usted tanto al XVIII?
-Porque cuando se empezó a rebuscar el traje, la mayor parte de los elementos que se encuentran son del XVIII. Es cuando aparecen las colecciones de trajes, es en el que se inspiran los pintores costumbristas. El XVIII es florido. Las labradoras hacen uso de unos materiales que no han tenido anteriormente. Por ejemplo, utilizan la seda aunque sin adornos. Son piezas 'de botiga', se dice en los documentos, y para ellos se necesitan telares especiales. Pero la gente sí utiliza las sedas lisas, que pueden manufacturar en casa. No hay valenciana que no se precie de tener un falda, un guardapiés de seda, aunque suple los adornos poniéndole puntillas, volantes o bordados. Intentan adaptarse al barroquismo del entorno. Anteriormente más parecían monjas.
-¿Y el XIX? -A la gente no le gusta la ropa del XIX. Son ropas mucho más sencillas, sobrias y oscuras. Un moño y unas agujas detrás, una toquita.
-Pero la gente busca ser original. -No lo comprendo. En una recreación histórica no se puede ser original. Es lo que está pasando con el zaragüell negro que llevan los hombres ahora. De una pieza excepcional han generalizado un uniforme. En lugar de buscar esas cosas tan estrambóticas lo importante sería el intentar recuperar lo realmente autóctono.
-Peor era cuando los hombres iban todos de negro.
-Tenía una razón de ser: había un trasfondo social y político, porque cuando se empezaron a vestir los hombres para las fallas iban a las procesiones o a las ofrendas, se notaban mucho las diferencias, desde el chaqué al que iba más humilde, con un pantalón y una blusa. Eran los años 50, que es cuando en Junta Central Fallera se establece ese uniforme para los actos oficiales. Creo que fue Martí Belda. La gente le llamaba traje de cucaracha.
-¿Tenía algún sentido histórico? -Sí que la chaquetilla del fallero era una reminiscencia de una chupa, de una chaqueta valenciana del XVIII o del XIX y el fajín era una faja esquemática.
-Y ahora ningún fallero viste así.
-Ahora es carta blanca: cada uno se pone lo que quiere. El zaragüell, que es un pieza muy valenciana, muy árabe, resulta cómodo. Pero no negros.
-¿Van de época?
-Los hombres pueden parecerse más a los hombres de la época. Al señor que iba a la huerta le resultaba más cómodo llevar un zaragüell, que muchas veces era la camisa, larga, por debajo de la rodilla, con la faja encima. Y la cabeza cubierta con un pañuelo, herencia árabe. Debajo no llevaba nada. Era la ropa práctica, para el trabajo. Y luego ya para otros momentos o circunstancias llevan pantalones de paño o de de seda y son pantalones al estilo que llevan los señores: ajustados, un calzón.
-¿Qué llevaba la mujer debajo? -La mujer tampoco llevaba ropa interior. Llevaba camisa y enaguas, enaguas y enaguas hasta conseguir volumen, para semejarse a las señoras que llevan guardainfantes, las de la Corte, las mariantonietas de la época. Lo mismo que ahora todas las chicas van con minifalda y leggins, entonces se veían muy feas si iban escurridas.
-¿No es cierto que el traje de fallera se ha adaptado a las distintas épocas?
-Claro. En los años 60 se hizo corta la falda de la fallera influida por la minifalda y ahora es excesivamente larga influida por el comercio.
-¿Por el comercio?
-A más longitud, más cantidad de tela; a más tela, más venta.
-Ahora está usted preparando una exposición sobre telas valencianas del XV ¿Cómo se vestía entonces? -Llevaban unas telas maravillosas, generalmente unas sedas muy ricamente elaboradas, mucho terciopelo. En aquella época se constituye el gremio de Velluters y se hacia mucho terciopelo en Valencia. Valencia era una potencia mundial en el XV. Y prueba de ello es el Colegio del Arte Mayor de la Seda y la Lonja de la Seda que se construyó en ese momento. Una de las piezas va a ser la marlota de Boabdil, la túnica que llevaba cuando se despidió de Granada.
-¿Y qué prendas?
-Eran gente del renacimiento. Los trajes eran muy pesados con muchas prendas sobrepuestas. Llevaban debajo artefactos para aguantar el peso de los terciopelos. Las señoras suelen vestir trajes de una sola pieza, aunque a veces hay jubones y faldas hasta el suelo. Zapatos con tapines o chapines, unas altas plataformas porque las calles estaban llenas de barro y de suciedad, ocultas por la falda. Eran vestidos muy elaborados. Hay que pensar en Isabel la Católica, ¿cómo iba vestida? Pues con ese tipo de prendas.
-¿Isabel la Católica no era la que no se cambiaba la camisa?
-Aunque no se cambiara la camisa tendría trajes buenos. Pero había una clara diferenciación de las clases sociales; la gente llana vestía un harapo de fabricación casera, lino o cáñamo.
-¿Y era distinta las ropas según las regiones?
-No, no había diferencias estructurales. Un cuerpo en dos partes, una falda y un jubón. Todas llevan un pañuelo que cubre el pecho como signo de pudor. Y un delantal de trabajo. Algunas prendas que parecen típicas de terminadas regiones se repiten. Algunos valencianos llevaban barretina; el zaragüell lo visten en Sicilia, en Cerdeña, en el norte de África, en Grecia.
-Algo específico y típico habrá.
-La peineta. Yo veo una peineta valenciana y tiene características especiales, distintas a las de Extremadura o Andalucía: la forma de cuchara, esas hendiduras.
-¿Para cuándo un museo de indumentaria valenciana? -Ya hubo un proyecto en la época en que Camps era conseller de Cultura y Carmen Pérez directora de Patrimonio. Se me preguntó si yo estaría dispuesta a colaborar en la creación de ese museo. Y yo accedí: el inicio de esa colección podría haber sido mi colección.
-Veo que no triunfó la idea.
-No triunfó y aquello ya prescribió. Cuando Carmen Pérez dejó de ser directora general hubo muchas movidas. A mí se me tachó de pretenciosa porque quería que pusieran mi nombre a las colecciones. Pues qué menos. Lo dejaba todo allí.

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